Hay una diferencia fundamental entre un cambio físico y uno químico. En los cambios físicos las sustancias pueden cambiar de aspecto, forma o color, pero no se altera su naturaleza, siguen siendo las mismas. Por ejemplo, cuando el agua líquida pasa a vapor, el cambio es muy notable, pero sigue siendo agua. Cuando rompemos un lápiz, cambiamos su forma, pero no su material. También hablamos de cambios físicos cuando al mezclar varias sustancias (agua con sal o arena con agua, por ejemplo) su naturaleza no cambia, es decir, se pueden recuperar las sustancias iniciales por los métodos de separación de mezclas que hemos estudiado.
En un cambio químico las sustancias iniciales, que en este caso se llaman reactivos, reaccionan entre ellas formando otras nuevas, llamadas productos, con propiedades muy distintas. No es posible volver atrás por un procedimiento físico (como calentamiento o enfriamiento, filtrado, evaporación, etc.). Este proceso se produce a nivel microscópico: los enlaces entre los átomos que forman los reactivos se rompen y los átomos se reorganizan, forman nuevos enlaces y dan lugar a una o más sustancias diferentes a las iniciales. Para ver este proceso, necesitaríamos una “lupa química” especial que nos mostrase lo que sucede a nivel molecular. Sin embargo, sí somos buenos observadores podemos hacerlo “sin lupa” porque en algunas reacciones químicas hay cambios externos que nos lo indican, como los siguientes:
- Aparecen precipitados sólidos.
- Se desprenden gases (burbujas).
- Aumenta o disminuye la temperatura inicial.
- Hay cambios de color, olor o sabor.
Pero, ¡cuidado!, en un cambio físico (agua con colorante, por ejemplo) también observamos un cambio de color y, sin embargo, no hay reacción química.
¿Somos capaces de distinguir un cambio físico de uno químico? Nos ponemos las batas y ¡al laboratorio!